Titiritero se nace...
Nacimos para hacer reír a los niños, para abrazar a los abuelos, para besar con la boca pegoteada de chocolate.
Nacimos con manos que saben contar historias y mueven los hilos de la imaginación.
Tenemos el don de provocar la alegría sin ser vistos, como un ladrón que roba risas o un vendedor ambulante que cambia penas por amores.
Nacimos con la capacidad de volvernos invisibles, de dejar de existir, para darles paso a ellos, que con su alboroto de colores y plumas nos borran de un soplido.
¡Qué destino el nuestro! Los creamos, les damos trabajo, ropa, ternura, y los aplausos son siempre para ellos.
¡Pero es tan mágico que todos se crean que tienen vida propia! Si hasta nosotros estamos convencidas de eso, es más, los oímos conversar bajito cuando parecen dormidos.
Titiritero a tu rincón... uno, dos, tres, comienza la función.
De regreso...
Cuando uno vuelve a trabajar para los niños se vuelve chico también y aprende la alegría del encuentro. Pegando ojos de botones y pelo de lana en un títere asombrado, se aprende la maravilla de la comunicación.
Y cuando uno arranca la primera risa moviendo esa sencilla personita de tela, ríe también y redescubre el sabor de la alegría.
A veces la gente grande no se deja rescatar. Por más caminos que se les pinte, por más rayuelas que se les dibuje, por más puertas que se le abran de par en par como un abrazo.
Y he regresado con ustedes, chiquilines, con estos viejos amigos que amo tanto, que hablan con mi voz y se visten con mis ropas, ríen con mi risa y cuentan cosas que andan perdidas por ahí.
Mis amigos son verdaderos actores, y lo dan todo en su pequeño tinglado. Los harán reír y soñar, los ayudarán a volar y yo me quedaré atrás, fascinada, hechizada, viéndolos actuar...
Ahora les toca a ellos curarme con su ternura, ir despegando despacito los cascarones de la tristeza para que no dejen cicatriz.
Con ustedes, mis amigos: LOS TÍTERES.
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