ANASTASIA, LA BRUJA DE TELA:
La bruja es un personaje entrañable. Sus antepasados son antiquísimos y existirán por siempre. Con su sombrero puntiagudo, vestida de negro riguroso y con una enorme nariz y una melena blanca e impeinable, escoba en mano y risa chillona, hace las delicias de los chiquilines.
Anastasia es una bruja buena, algo torpe, siempre confunde los hechizos y su varita mágica es un incienso perfumado a jazmín.
Tengo que reconocer que cuando la hice me excedí un poco con la nariz, y quedó tan narigona que más que fea es cómica.
Su alto sombrero fue una verdadera obra de ingeniería, pero valió la pena el trabajo, iluminado de estrellas y brillantina le queda como anillo al dedo.
“Mamá”, dice uno de mis pichones: “Hay que fabricarle un sirviente, todas las brujas tienen uno”.
¡Claro! Como la que corta y cose soy yo... aunque él ceba mate, espumoso y amarguito.
“¿Te parece?”murmuro entre dientes.
“Ta claro”, me dice.
Busca y rebusca el titiritero inventando un compañero digno de tan raro ejemplar, finalmente, en el fondo de una lata de juguetes, enroscadita y sola, encuentro dormida una larga víbora de goma, recuerdo de pasados cumpleaños.
Perfecta... Sólo hay que arreglarla un poco; Anastasia la ve y chilla de alegría y la viborita se esconde debajo de unas lanas de colores y observa asustada.
¿Dónde la ponemos?... ¿en el pelo?... ¿enroscada en el cuello? Nooo, podría caerse y sería un desastre.
-“Que ella elija”-dice democráticamente la abuela de Caperucita y todos nos quedamos calladitos en señal de respeto.
La viborita se asoma y se enrosca despacito en la mano de tela ante el asombro de todos. Se oyen aplausos y murmullos de aprobación.
Y allí se queda, enrolladita y feliz, será su asistente perfecta de ahora en adelante, compañera fiel de funciones y funciones.
Ahora Anastasia ya tiene compañía, y a su nueva amiga no le importa que le salgan mal los hechizos o que tenga esa tremenda nariz.
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